martes, 8 de septiembre de 2015

El control de lectura y la corona de papel







Si queréis saber el asunto que me trae ante vosotros
con tal raro adorno, vais a saberlo, si os dignáis escucharme,
 pero no con la atención que soléis prestar a los predicadores,
sino con los oídos que prestáis a los charlatanes,
a los juglares y a los bufones,
 o bien con aquellas orejas
 que puso antiguamente nuestro amigo
el rey Midas para escuchar al dios Pan.

(Erasmo de Roterdan. Elogio a la locura. )

¿Hace cuánto que no lees poesía? ¿Hace cuánto que no la escribes? Hoy la vida ha decidido ponerte una corona de papel. Sé que ya es familiar para ti. Eso de obligarte a escribir, eso de castigarte por no entregar tu tarea a tiempo es el pan de cada día.

Una parte de ti cede, se acercan la maestra o el maestro y de inmediato tu cuerpo toma una postura de aparente interés ante la tarea que te asignó. Te esfuerzas en mantenerte mientras él o ella están ahí. Intentas demostrarle que entiendes lo que sea que te hayan impuesto porque de eso depende tu nota y porque en un instante fugaz un panfleto llamado “boletín” (acaso la corona de algunos, acaso la cruz de otros) dictaminará quién eres ante los ojos de los que amas.

Sé que sueno perverso y corrosivo, pero quiero aclararte que esa no es mi intención. Sé que estoy haciendo evidente lo evidente y que de tanto hablar de lo mismo poco hemos hecho por cambiar o… quizás sí.
Quizás hoy te sientes libre de escribir por escribir. Quizás hoy te arriesgas a hacer catarsis a través de las letras. Pero… ¿liberarte de qué o para qué?

Te cuento un secreto. Del primero que debes liberarte es de ti mismo. De tus miedos, de las represiones impuestas, de los apetitos enseñados y del temor al otro que dice ser superior a ti.

Por hoy no tengo más que decir. Sé que esto ya lo sabías y muy en el fondo tus temores te harán dudar y justificar el abandono a la docilidad. No es mi culpa te lo advierto, es tuya. Ve, sigue haciendo por hacer, sigue cumpliendo por cumplir. Hay un montón de coronas de espinas que esperan a que tú las quieras lucir. 


La marioneta ausente. El marionetista de sí mismo. 

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